
Por: Adriana M. Cardona López.
Dicen los que saben que la paz en Colombia no ha sido construida con fragilidad;
que sus virtudes no fueron cimentadas en una mañana tranquila, una esperanza genuina.
El mundo se mueve y muchos países que no han encontrado la verdadera reconciliación se debaten en odios políticos, económicos, religiosos y culturales. Y mientras tanto, Colombia viaja a través del tiempo con sus desaciertos, taras y sus caprichos a favor de una conquista política herrada; donde quien piense en pro de la defensa de lo legal y los valores; termina sumido en el riesgo del ser humano.
Se ha perdido la semejanza que nos brindó el ser superior y se trata de creer que el delincuente con una oportunidad cambiará, como si el sol se pudiera tapar con las manos. Pero siendo optimistas, si un loto puede surgir en un pantano; la conquista por la Paz puede tener futuro.
Colombia está en mora de revisar y modificar con sensatez y sabiduría las leyes, con una decisión firme, encontrar la verdadera idoneidad de quienes imparten justicia y así no estaríamos sumidos en este mar de incertidumbre.
No se podrá lograr la Paz hasta que no se reconozcan las diferencias con altura, hasta que el significado de las leyes posea un verdadero y firme castigo; hasta que no se camine de la mano de unas normas bien creadas con sabiduría y sensatez y que se apliquen bajo el marco de la honestidad, en la espera de fallos lógicos, sin tintes políticos y que estos no estén impregnados de reproche, suspicacia, desventaja y venganza.
La farsa de paz nos trata de adoctrinar y acabar con la esperanza. El Estado se convierte en una carga para los asociados y la prueba fehaciente está en el no pago de sus obligaciones a las empresas promotoras de salud (EPS); dejando a la suerte de los usuarios su medicación y que la sociedad de su propio peculio tenga que encontrar la solución a la salud.
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